A Borges, cierto día, esa figura grave habló impávida.
- Jorge, Kafka lo llama.
- Muerte, ninguna ñañería oportunista probaré. Quiero reencontrar socios tan únicos: Victoria, Wilcock, Xul… Y zarparon.
1/8/10
9/6/10
TAXI TRAVIS.
Realización y especie de remix: Claudio Brutto.
Sobre Taxi Driver, de Martin Scorsese, y banda para la película, de Bernard Herrmann.
También en Youtube:
1/5/10
VERSO Y REVERSO DE BUENOS AIRES.
(Quizá imbuido por los aires del Bicentenario, dí en recordar esta nota escrita hace ya unos años. Algunos excesos de información para el lector argentino se explican por la naturaleza de la publicación extranjera para el que fue escrito originalmente.
Necesito hacer una segunda aclaración. Convencido de la imposibilidad de la evocación de Buenos Aires, sin poder disimular el influjo poderoso de Jorge Luis Borges, decidí exhibir este modesto reflejo en forma manifiesta pero también respetuosa.)
Buenos Aires no es una ciudad, son muchas ciudades. ¿A quién no llegó alguna vez este dictamen a través de alguna de sus variadas formas: comentario nocturno de viejo en un bar, reflexión en un poema evocativo, la incertidumbre que nos depara la misma Buenos Aires empeñada en jugar, una y otra vez, a cambiarse de vestido?
El primer fundamento de su multiplicidad lo sugiere el plural de su propio nombre: acaso, de ser una sola, nunca hubiese mutado su original Buen Aire.
Lo primero que hay que decir es que existe una Buenos Aires capital de la República Argentina, la segunda ciudad más grande de Sudamérica, de
3 100 000 habitantes, sede del Gobierno, del Congreso Nacional y de la Corte Suprema de Justicia, puerto principal y punto de partida de las redes ferroviarias y rutas del país. Y muchas otras ciudades que comparten un mismo nombre, un mismo espacio y quizá un mismo tiempo.
Contradicciones es la palabra con la que solemos nombrar sus incógnitas, sus enigmas y misterios. El primer ejemplo es, justamente, que se llame Buenos Aires, una gentileza que nadie sabe con certeza, cómo ni por qué recibió. Que haya derivado de Nuestra Señora de la Bonaria, a quien los colonizadores rogaban protección antes de una travesía, aparece como la justificación más aceptada. O quizá sea por puro sentido del humor, como arriesga el personaje de Abelardo Castillo en el cuento La fornicación es un pájaro lúgubre: "Es una mañana gris como la que hace cuatrocientos años le inspiró a don Pedro de Mendoza la gigantesca broma de llamarle Buenos Aires a este pantano".
Otra broma quiere ser la explicación al nombre del río sobre el cual reposa la ciudad, ya que nunca se ha encontrado en él un gramo de plata. “Se diría que los primeros conquistadores, para consolarse de aquel chasco han querido, a su vez, engañar a los aventureros que siguieron sus huellas”, anotó Arsenio Isabelle, un viajero del siglo XIX.
Tal vez todo comenzó como una gran broma. A lo mejor la misma Buenos Aires lo sea. Pero si es así, ¿por qué la convicción de que los porteños somos melancólicos y tristones? Otra vez la incógnita, la paradoja, el desdoblamiento.
Remontándonos a su origen podemos encontrar la simiente del mito. La historia registra la fundación de Nuestra Señora del Buen Aire, a cargo de Pedro de Mendoza, en un lugar impreciso, en febrero de 1536 como fecha tentativa, ya que el acta original se extravió. Y una segunda fundación llevada a cabo por Juan de Garay, el 11 de junio de 1580, bajo el nombre de Trinidad, en el puerto de los Buenos Aires. ¿Puede haber dos fundaciones y una sola ciudad? Y ya que estamos, ¿puede haber otra ciudad capaz de incitar a su máximo escritor a soñar una fundación personal?
“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires, / la juzgo tan eterna como el agua y el aire” escribió Borges ("cuyo gran eco ojalá resuene en esta página"), al final de su Fundación mítica de Buenos Aires, aventurando, de paso, una tercera génesis. Pero no es Borges el único escritor seducido por su magia. La novela consagratoria de Leopoldo Marechal, otro de los grandes de la literatura argentina, la invoca desde su título, que también remite a un origen: Adán Buenosaires.
También Manuel Mujica Lainez le dedicó cuarenta y dos relatos, que recorren su historia desde el año de su fundación hasta 1904, en su libro más famoso, al que tituló precisamente Misteriosa Buenos Aires. Otro escritor genial, Julio Cortázar, que residía en Paris desde 1951, declaraba en 1983: “soy un buen argentino y sobre todo un porteño… es decir, un residente de Buenos Aires, que es el puerto”. Y para probarlo escribió las letras de un álbum de tangos: Trottoirs de Buenos Aires.
Así pasaba a integrar la larga lista de autores de tango que sintieron la necesidad de estampar el nombre en sus títulos, casi como un deber.
Lo hicieron, por supuesto, Alfredo Lepera y Carlos Gardel en Mi Buenos Aires querido. Lo hizo Manuel Romero en La canción de Buenos Aires y también en el llamado simplemente Buenos Aires, aquel de “Buenos Aires la Reina del Plata, Buenos Aires mi tierra querida...”
También, el mismísimo Enrique Santos Discépolo en Cafetín de Buenos Aires.
Y Héctor Negro en Hoy te encontré, Buenos Aires.
Está El cantor de Buenos Aires, con letra de Enrique Cadícamo, uno de los mayores poetas del género, y Viejo Buenos Aires, con música de Mariano Mores, uno de los grandes compositores. Dos tangos que, para que sean más de Buenos Aires, los cantaba Roberto Goyeneche.
Y está presente en muchos otros que lo evocaron indirectamente, como Eladia Blázquez en Mi ciudad y mi gente, cuando canta “¡Te proclamo, Buenos Aires, mi ciudad!”.
O como Carlos A. Petit en Los cien barrios porteños, título que se impuso en la creencia general con la fuerza de un slogan que ya no permite considerar que, en realidad, el número de barrios que integran la ciudad esté lejos de llegar a cien.
Pero, como decíamos arriba, su encanto nace de ese ramo de contradicciones. De esas incertidumbres que la hacen tan inasible, tan bellamente indescifrable.
Porque Buenos Aires es esa ciudad de cien barrios y también esa que suma, oficialmente, cuarenta y ocho.
Es la ciudad antigua de edificios con molduras y cúpulas que conviven con la arquitectura moderna y es la moderna ciudad de torres espejadas que conviven con la arquitectura antigua.
La de la autoestima más alta del planeta y la de la reserva mundial del psicoanálisis.
Es la serena ciudad que duerme la siesta en sus barrios de casas bajas y es la cuarta ciudad más ruidosa del mundo, después de Tokio, Nagasaki y Nueva York.
Es la del Riachuelo pavoroso del Dock Sud y la del Riachuelo radiante de Quinquela.
Es la ciudad por la que desfila la intolerancia y es la ciudad gay friendly, la primera de América Latina en oficializar uniones de parejas homosexuales.
Es la de la Plaza de Mayo de Evita y la de las Madres de Plaza de Mayo.
La que ayer soñaba con Paris y la que hoy sueña ser como ayer.
Esa a la que los turistas llegan para degustar sus típicos platos a base de carne vacuna y esa en la que los porteños se especializan en cocina internacional, con platos de lugares privados de carne vacuna.
Es la ciudad a la que vinieron nuestros padres y la ciudad de la que se fueron nuestros hijos.
Es una baldosa floja en la vereda y es la urbe gigantesca que intimida.
Es la de las tanguerías con orquesta y la de las discotecas con DJ.
La de transportes colapsados y la del primer subterráneo de Iberoamérica.
La de hondos bares y la de bares de onda.
La de la conversación de café y la de los patios de comidas.
Es la sobria, la superficial, la culta, la decadente, la distinguida, la cursi.
La de la incivil falta de educación, la bestialidad al volante, los papeles arrojados en cualquier lado y también la de la Feria del Libro, las muchas salas de teatro y galerías de arte y la infinita oferta cultural.
Es la ciudad del Estadio de River y es la ciudad de la cancha de Boca.
La del pudor y el miedo al ridículo y la de la TV y el jean asfixiante.
La del Teatro Colón y la de los teatros de revistas.
Es ese lugar del país por donde caminaron Moreno y San Martín, Rosas y Sarmiento, Cortázar y el Che Guevara, Gardel y Borges. Y también esos lugares fuera del país donde murieron todos ellos.
La de hipódromo y truco y la de bingo y tragamoneda.
La de sus días ajetreados de oficinista y la de sus noches furtivas de rufián.
Es la de los célebres en el exterior por su soberbia y la de los celebrados por su amabilidad con el visitante.
La del ingenio porteño y la de los ingenuos porteños.
Es la del cementerio de la Chacarita y la del cementerio de la Recoleta.
Es la del cementerio de la Recoleta y la de los animados bares de enfrente.
Es la de la calle más larga y la avenida más ancha y es la del récord en accidentes de tránsito.
La de tarde gris asfalto y la de noche de neón.
La que aparece en las postales y la de los túneles secretos.
Es la de catadura española en Avenida de Mayo y es la de facha italiana en Caminito.
Es la de todos y la de cada uno.
Es la que maltratamos y es la que amamos.
Texto: Claudio Brutto
Necesito hacer una segunda aclaración. Convencido de la imposibilidad de la evocación de Buenos Aires, sin poder disimular el influjo poderoso de Jorge Luis Borges, decidí exhibir este modesto reflejo en forma manifiesta pero también respetuosa.)
Buenos Aires no es una ciudad, son muchas ciudades. ¿A quién no llegó alguna vez este dictamen a través de alguna de sus variadas formas: comentario nocturno de viejo en un bar, reflexión en un poema evocativo, la incertidumbre que nos depara la misma Buenos Aires empeñada en jugar, una y otra vez, a cambiarse de vestido?
El primer fundamento de su multiplicidad lo sugiere el plural de su propio nombre: acaso, de ser una sola, nunca hubiese mutado su original Buen Aire.
Lo primero que hay que decir es que existe una Buenos Aires capital de la República Argentina, la segunda ciudad más grande de Sudamérica, de
3 100 000 habitantes, sede del Gobierno, del Congreso Nacional y de la Corte Suprema de Justicia, puerto principal y punto de partida de las redes ferroviarias y rutas del país. Y muchas otras ciudades que comparten un mismo nombre, un mismo espacio y quizá un mismo tiempo.
Contradicciones es la palabra con la que solemos nombrar sus incógnitas, sus enigmas y misterios. El primer ejemplo es, justamente, que se llame Buenos Aires, una gentileza que nadie sabe con certeza, cómo ni por qué recibió. Que haya derivado de Nuestra Señora de la Bonaria, a quien los colonizadores rogaban protección antes de una travesía, aparece como la justificación más aceptada. O quizá sea por puro sentido del humor, como arriesga el personaje de Abelardo Castillo en el cuento La fornicación es un pájaro lúgubre: "Es una mañana gris como la que hace cuatrocientos años le inspiró a don Pedro de Mendoza la gigantesca broma de llamarle Buenos Aires a este pantano".
Otra broma quiere ser la explicación al nombre del río sobre el cual reposa la ciudad, ya que nunca se ha encontrado en él un gramo de plata. “Se diría que los primeros conquistadores, para consolarse de aquel chasco han querido, a su vez, engañar a los aventureros que siguieron sus huellas”, anotó Arsenio Isabelle, un viajero del siglo XIX.
Tal vez todo comenzó como una gran broma. A lo mejor la misma Buenos Aires lo sea. Pero si es así, ¿por qué la convicción de que los porteños somos melancólicos y tristones? Otra vez la incógnita, la paradoja, el desdoblamiento.
Remontándonos a su origen podemos encontrar la simiente del mito. La historia registra la fundación de Nuestra Señora del Buen Aire, a cargo de Pedro de Mendoza, en un lugar impreciso, en febrero de 1536 como fecha tentativa, ya que el acta original se extravió. Y una segunda fundación llevada a cabo por Juan de Garay, el 11 de junio de 1580, bajo el nombre de Trinidad, en el puerto de los Buenos Aires. ¿Puede haber dos fundaciones y una sola ciudad? Y ya que estamos, ¿puede haber otra ciudad capaz de incitar a su máximo escritor a soñar una fundación personal?
“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires, / la juzgo tan eterna como el agua y el aire” escribió Borges ("cuyo gran eco ojalá resuene en esta página"), al final de su Fundación mítica de Buenos Aires, aventurando, de paso, una tercera génesis. Pero no es Borges el único escritor seducido por su magia. La novela consagratoria de Leopoldo Marechal, otro de los grandes de la literatura argentina, la invoca desde su título, que también remite a un origen: Adán Buenosaires.
También Manuel Mujica Lainez le dedicó cuarenta y dos relatos, que recorren su historia desde el año de su fundación hasta 1904, en su libro más famoso, al que tituló precisamente Misteriosa Buenos Aires. Otro escritor genial, Julio Cortázar, que residía en Paris desde 1951, declaraba en 1983: “soy un buen argentino y sobre todo un porteño… es decir, un residente de Buenos Aires, que es el puerto”. Y para probarlo escribió las letras de un álbum de tangos: Trottoirs de Buenos Aires.
Así pasaba a integrar la larga lista de autores de tango que sintieron la necesidad de estampar el nombre en sus títulos, casi como un deber.
Lo hicieron, por supuesto, Alfredo Lepera y Carlos Gardel en Mi Buenos Aires querido. Lo hizo Manuel Romero en La canción de Buenos Aires y también en el llamado simplemente Buenos Aires, aquel de “Buenos Aires la Reina del Plata, Buenos Aires mi tierra querida...”
También, el mismísimo Enrique Santos Discépolo en Cafetín de Buenos Aires.
Y Héctor Negro en Hoy te encontré, Buenos Aires.
Está El cantor de Buenos Aires, con letra de Enrique Cadícamo, uno de los mayores poetas del género, y Viejo Buenos Aires, con música de Mariano Mores, uno de los grandes compositores. Dos tangos que, para que sean más de Buenos Aires, los cantaba Roberto Goyeneche.
Y está presente en muchos otros que lo evocaron indirectamente, como Eladia Blázquez en Mi ciudad y mi gente, cuando canta “¡Te proclamo, Buenos Aires, mi ciudad!”.
O como Carlos A. Petit en Los cien barrios porteños, título que se impuso en la creencia general con la fuerza de un slogan que ya no permite considerar que, en realidad, el número de barrios que integran la ciudad esté lejos de llegar a cien.
Pero, como decíamos arriba, su encanto nace de ese ramo de contradicciones. De esas incertidumbres que la hacen tan inasible, tan bellamente indescifrable.
Porque Buenos Aires es esa ciudad de cien barrios y también esa que suma, oficialmente, cuarenta y ocho.
Es la ciudad antigua de edificios con molduras y cúpulas que conviven con la arquitectura moderna y es la moderna ciudad de torres espejadas que conviven con la arquitectura antigua.
La de la autoestima más alta del planeta y la de la reserva mundial del psicoanálisis.
Es la serena ciudad que duerme la siesta en sus barrios de casas bajas y es la cuarta ciudad más ruidosa del mundo, después de Tokio, Nagasaki y Nueva York.
Es la del Riachuelo pavoroso del Dock Sud y la del Riachuelo radiante de Quinquela.
Es la ciudad por la que desfila la intolerancia y es la ciudad gay friendly, la primera de América Latina en oficializar uniones de parejas homosexuales.
Es la de la Plaza de Mayo de Evita y la de las Madres de Plaza de Mayo.
La que ayer soñaba con Paris y la que hoy sueña ser como ayer.
Esa a la que los turistas llegan para degustar sus típicos platos a base de carne vacuna y esa en la que los porteños se especializan en cocina internacional, con platos de lugares privados de carne vacuna.
Es la ciudad a la que vinieron nuestros padres y la ciudad de la que se fueron nuestros hijos.
Es una baldosa floja en la vereda y es la urbe gigantesca que intimida.
Es la de las tanguerías con orquesta y la de las discotecas con DJ.
La de transportes colapsados y la del primer subterráneo de Iberoamérica.
La de hondos bares y la de bares de onda.
La de la conversación de café y la de los patios de comidas.
Es la sobria, la superficial, la culta, la decadente, la distinguida, la cursi.
La de la incivil falta de educación, la bestialidad al volante, los papeles arrojados en cualquier lado y también la de la Feria del Libro, las muchas salas de teatro y galerías de arte y la infinita oferta cultural.
Es la ciudad del Estadio de River y es la ciudad de la cancha de Boca.
La del pudor y el miedo al ridículo y la de la TV y el jean asfixiante.
La del Teatro Colón y la de los teatros de revistas.
Es ese lugar del país por donde caminaron Moreno y San Martín, Rosas y Sarmiento, Cortázar y el Che Guevara, Gardel y Borges. Y también esos lugares fuera del país donde murieron todos ellos.
La de hipódromo y truco y la de bingo y tragamoneda.
La de sus días ajetreados de oficinista y la de sus noches furtivas de rufián.
Es la de los célebres en el exterior por su soberbia y la de los celebrados por su amabilidad con el visitante.
La del ingenio porteño y la de los ingenuos porteños.
Es la del cementerio de la Chacarita y la del cementerio de la Recoleta.
Es la del cementerio de la Recoleta y la de los animados bares de enfrente.
Es la de la calle más larga y la avenida más ancha y es la del récord en accidentes de tránsito.
La de tarde gris asfalto y la de noche de neón.
La que aparece en las postales y la de los túneles secretos.
Es la de catadura española en Avenida de Mayo y es la de facha italiana en Caminito.
Es la de todos y la de cada uno.
Es la que maltratamos y es la que amamos.
Texto: Claudio Brutto
23/1/10
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