


Para que se entienda: el logro de destacarse como uno de los más grandes actores dramáticos de todos los tiempos radica en que, para eso, tuvo que sacarse de encima al rentable galán de los ojos de cielo. El valor de convertirse en un ejemplo de compromiso social se potencia con el hecho de que este hombre estaba parado en la cima del palacio de las vanidades. El mérito de ser un paradigma de fidelidad a su mujer está en que él era Paul Newman.
Cierta prensa norteamericana solía calificar su vida como aburrida. En sus teclados no se conciben términos más amables como reservada, decente, modesta o íntegra. Para este periodismo, la aventura de vivir parece llevarse a cabo sólo cuando quien fue bendecido por la fama y la fortuna hace lo esperable, que es pagar por todo eso. Pero Newman prescindió de escándalos, malas compañías, relaciones extramatrimoniales y fotos policiales de frente y perfil. Se limitó a vivir su “aburrida” vida.

Estudia interpretación en la prestigiosa Universidad de Yale y luego se traslada a Nueva York para entrar en el mítico Actor's Studio de Lee Strasberg, donde coincide con otros grandes como James Dean y Steve McQueen, y por donde había pasado su admirado Marlon Brando. Allí conoce a Joanne Woodward, quien más tarde se convertiría en su gran amor y compañera inseparable. En 1953 debutó en Broadway con Picnic, que permaneció catorce meses en cartel. En 1958 se divorcia de su primera mujer y se une a Joanne. Con ella tendrá tres hijas y rodarán juntos 12 películas.
Debuta en el cine con El Cáliz de Plata, una película tan mala que cuando se estrenó en televisión, publicó un anuncio en la prensa pidiendo disculpas. Alcanza el éxito con Marcado por el odio. Y de aquí en más comienza una de las más formidables carreras de cine de todos los tiempos. Colaborando para los mayores directores, que van desde Otto Preminger, John Huston y Alfred Hitchcock, hasta Robert Altman, los Cohen y Martin Scorsese. Y dejando actuaciones memorables en más de setenta películas, como La gata sobre el tejado de zinc, El largo y cálido verano, Las tres caras de Eva, Éxodo, El buscavidas, Dulce pájaro de juventud, Cortina rasgada, La leyenda del indomable, Dos hombres y un destino, El golpe y Ausencia de malicia. A lo que hay que sumarle una importante obra como productor y director.

En 1982 funda la compañía Paul Newman’s Own, un exitoso negocio de productos alimenticios, con fines solidarios, que ya ha conseguido donar más de 200 millones de dólares a cientos de proyectos de caridad en todo el mundo.

Ha luchado contra el racismo, las guerras y él mismo representó a su país ante la ONU para hablar del desarme aunque nunca ha seguido una carrera política.
El mayor shock de su vida fue la muerte de su hijo Scott cuando apenas tenía 28 años. Es entonces cuando empieza su preocupación por los excesos con las drogas y creó una fundación a la que dio el nombre de su hijo. La fundación crece tanto que hoy tiene más de 60 centros, en los que se presta ayuda a las familias que sufren de una u otra manera el abuso de las drogas y la violencia doméstica.
Newman supo defender bien quién quería ser, porque siempre tuvo muy claro lo que no quería ser. Por eso, sus motivos de orgullo surgen por oposición: “El honor más grande que jamás he recibido es haber sido el número diecinueve de la lista de enemigos del presidente Richard Nixon.” “No creo que haya nada excepcional en la filantropía, es la actitud contraria la que me sorprende”. “El cine que se hace no me interesa y yo no le intereso a él, de lo cual me congratulo.” “¿Por qué tontear por ahí con hamburguesas si uno tiene un bife en casa?” “Ya no recuerdo ni cuando fue la última vez que fui a una ceremonia del Oscar.”
Los Oscar, un capítulo aparte. Porque durante años, la Academia se había hecho un deber en no entregarle la estatuilla. En un anuncio, aparecido en el Daily Variety el día siguiente a la ceremonia de 1982, se leía: “A los miembros de la Academia: quisiera que volviesen a ver Veredicto final y me explicasen qué debe hacer Paul Newman para ganar un Oscar”. Hasta que en 1986, lo consiguió por El color del dinero, de Martin Scorsese (cuándo no Scorsese), con 61 años, en su séptima nominación a mejor actor y un año después de recibir el Oscar Honorífico por sus múltiples y memorables interpretaciones, cuando el actor ya había reconocido perder la esperanza de obtener uno “de verdad”. Además fue candidato en una ocasión como productor por Rachel, Rachel. Y en 1994, se le concedió el premio especial de la Academia,

Si es cierto que el cielo y el infierno son el recuerdo que dejamos en los demás, Paul Newman tuvo asegurada su butaca blanca, desde donde nos ve a nosotros en la pantalla azul de sus ojos.
Ilustración y texto: Claudio Brutto
Me encanta. Es el hombre más guapo y atractivo que he visto en mi vida.
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