17/11/09

EL HOMBRE MÁS HERMOSO DEL MUNDO.



La prensa mundial se apuró a comunicar la noticia con titulares surgidos de su lenguaje de lugares comunes: “Paul Newman pelea por su vida”, “Paul Newman da batalla al cáncer”. Pero era falso. El dato era relevante precisamente por lo contrario. Newman se entregaba serenamente a esperar la muerte. Y para eso, pedía que lo sacaran de la asepsia del hospital y lo llevaran al favor de sus muebles y objetos habituales, a su dignidad de siempre. Hace poco más de un año, pero me dio ganas de recordarlo.

Paul Newman fue, sobre todo, admirable. Se dijo que no le buscáramos defectos. Me animo a más. En él, como un perfecto mecanismo virtuoso, cada atributo realzaba al siguiente. Eso es lo que lo hacía único.
Para que se entienda: el logro de destacarse como uno de los más grandes actores dramáticos de todos los tiempos radica en que, para eso, tuvo que sacarse de encima al rentable galán de los ojos de cielo. El valor de convertirse en un ejemplo de compromiso social se potencia con el hecho de que este hombre estaba parado en la cima del palacio de las vanidades. El mérito de ser un paradigma de fidelidad a su mujer está en que él era Paul Newman.
Cierta prensa norteamericana solía calificar su vida como aburrida. En sus teclados no se conciben términos más amables como reservada, decente, modesta o íntegra. Para este periodismo, la aventura de vivir parece llevarse a cabo sólo cuando quien fue bendecido por la fama y la fortuna hace lo esperable, que es pagar por todo eso. Pero Newman prescindió de escándalos, malas compañías, relaciones extramatrimoniales y fotos policiales de frente y perfil. Se limitó a vivir su “aburrida” vida.
Nace el 26 de enero de 1925, en Ohio. Sus padres, dueños de una tienda de deportes, siempre asumieron que Paul se dedicaría al negocio familiar, lo que originó su primer acto de rebelión hacia un camino impuesto. A los 19 años se alista en la Marina y participó en la Segunda Guerra como operador de radio. Al regresar se gradúa en Economía, formando parte del equipo de fútbol americano de la Universidad, y comienza a dar sus primeros pasos en el teatro de aficionados, donde conoce a su primera esposa, con la que tendrá su único hijo y dos hijas.
Estudia interpretación en la prestigiosa Universidad de Yale y luego se traslada a Nueva York para entrar en el mítico Actor's Studio de Lee Strasberg, donde coincide con otros grandes como James Dean y Steve McQueen, y por donde había pasado su admirado Marlon Brando. Allí conoce a Joanne Woodward, quien más tarde se convertiría en su gran amor y compañera inseparable. En 1953 debutó en Broadway con Picnic, que permaneció catorce meses en cartel. En 1958 se divorcia de su primera mujer y se une a Joanne. Con ella tendrá tres hijas y rodarán juntos 12 películas.
Debuta en el cine con El Cáliz de Plata, una película tan mala que cuando se estrenó en televisión, publicó un anuncio en la prensa pidiendo disculpas. Alcanza el éxito con Marcado por el odio. Y de aquí en más comienza una de las más formidables carreras de cine de todos los tiempos. Colaborando para los mayores directores, que van desde Otto Preminger, John Huston y Alfred Hitchcock, hasta Robert Altman, los Cohen y Martin Scorsese. Y dejando actuaciones memorables en más de setenta películas, como La gata sobre el tejado de zinc, El largo y cálido verano, Las tres caras de Eva, Éxodo, El buscavidas, Dulce pájaro de juventud, Cortina rasgada, La leyenda del indomable, Dos hombres y un destino, El golpe y Ausencia de malicia. A lo que hay que sumarle una importante obra como productor y director.
Pero su verdadera pasión son los autos. Esta afición al rugido de los motores lo alzó al podio, en un segundo puesto, en las 24 horas de Lemans. Incluso, llegó a tener su propia escudería. Aunque más de una vez, la competencia en la categoría de automovilismo más veloz, estuvo a punto de llevarlo a la tumba. La última vez, cuando su coche dio vuelta y se incendió preparando el Circuito Internacional Daytona, Newman contaba ochenta años.
En 1982 funda la compañía Paul Newman’s Own, un exitoso negocio de productos alimenticios, con fines solidarios, que ya ha conseguido donar más de 200 millones de dólares a cientos de proyectos de caridad en todo el mundo. La Fundación Newman’s Own es una entidad sin ánimo de lucro que se encarga de que todos los beneficios y royalties que se obtienen, después de pagar impuestos, se destinen a proyectos solidarios como los Hole in the Wall Camps, unas residencias donde los niños con enfermedades graves pueden pasar sus vacaciones de verano, y con todos los gastos a cargo de la Fundación. Actualmente existen 8 residencias de este tipo, cinco de las cuales están en Estados Unidos, más las de Inglaterra, Francia e Irlanda.
Ha luchado contra el racismo, las guerras y él mismo representó a su país ante la ONU para hablar del desarme aunque nunca ha seguido una carrera política.
El mayor shock de su vida fue la muerte de su hijo Scott cuando apenas tenía 28 años. Es entonces cuando empieza su preocupación por los excesos con las drogas y creó una fundación a la que dio el nombre de su hijo. La fundación crece tanto que hoy tiene más de 60 centros, en los que se presta ayuda a las familias que sufren de una u otra manera el abuso de las drogas y la violencia doméstica.
Newman supo defender bien quién quería ser, porque siempre tuvo muy claro lo que no quería ser. Por eso, sus motivos de orgullo surgen por oposición: “El honor más grande que jamás he recibido es haber sido el número diecinueve de la lista de enemigos del presidente Richard Nixon.” “No creo que haya nada excepcional en la filantropía, es la actitud contraria la que me sorprende”. “El cine que se hace no me interesa y yo no le intereso a él, de lo cual me congratulo.” “¿Por qué tontear por ahí con hamburguesas si uno tiene un bife en casa?” “Ya no recuerdo ni cuando fue la última vez que fui a una ceremonia del Oscar.”
Los Oscar, un capítulo aparte. Porque durante años, la Academia se había hecho un deber en no entregarle la estatuilla. En un anuncio, aparecido en el Daily Variety el día siguiente a la ceremonia de 1982, se leía: “A los miembros de la Academia: quisiera que volviesen a ver Veredicto final y me explicasen qué debe hacer Paul Newman para ganar un Oscar”. Hasta que en 1986, lo consiguió por El color del dinero, de Martin Scorsese (cuándo no Scorsese), con 61 años, en su séptima nominación a mejor actor y un año después de recibir el Oscar Honorífico por sus múltiples y memorables interpretaciones, cuando el actor ya había reconocido perder la esperanza de obtener uno “de verdad”. Además fue candidato en una ocasión como productor por Rachel, Rachel. Y en 1994, se le concedió el premio especial de la Academia, Premio Humanitario Jean Hersholt. Después vendrían dos nominaciones más. La última por Camino a la perdición. En esta, su última y soberbia aparición en cine, le oímos decir a Tom Hanks: “esta es la vida que elegimos y una cosa está clara: ninguno de nosotros conocerá el cielo”.
Si es cierto que el cielo y el infierno son el recuerdo que dejamos en los demás, Paul Newman tuvo asegurada su butaca blanca, desde donde nos ve a nosotros en la pantalla azul de sus ojos.

Ilustración y texto: Claudio Brutto

1 comentario:

  1. Me encanta. Es el hombre más guapo y atractivo que he visto en mi vida.

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