

Pese a todas sus categóricas declaraciones, en las que no escondía su gusto por la fantasía y la impostura, sus biógrafos siguen hoy compitiendo en cantidad de papel escrito y los críticos corren a hacer público cada hallazgo de fraude. Es que es muy difícil cercar la vida de un hombre que juega con la seriedad y compromiso de los chicos cuando juegan. Porque lo que anhelan lo inventan.

Es que el gran Federico poseía una imaginación de máximo alcance. Y si esto tiene que ver con poner imágenes a nuestras ideas, viendo sus dibujos y sus películas, podemos decir que nadie imagina como él. Habría que crear un monstruo marino mitad Chagall, mitad Kurosawa. Porque Fellini imaginaba cosas y esas cosas iban creando su vida, que transcurría en constante estado de sorpresa. Era la curiosidad la que lo hacía despertar a la mañana.
El dueño de un mundo tan rico y fascinante se ve obligado a expresarlo en imágenes. No se puede transmitir con palabras. A diferencia de un cuadro o una toma, las palabras se dicen o se escriben una detrás de otra, y las almas desbordantes precisan de muchas metáforas, de muchos adjetivos, para explicarse en el mundo oral: “al comienzo, una película, ¿qué es? Una sospecha, una hipótesis narrativa, sombras de ideas, sentimientos difuminados. Pero en su primer e impalpable contacto parece ser ya ella misma, completa, vital, purísima.”

“Un film nace y se transforma día tras día, desde la idea inicial hasta la copia final. Es como un bebé que primero tiene el rostro de un cierto modo; después, crece y se parece a la madre, después sigue cambiando, se parece a su padre e, incluso, un poco a la tía Clementina. No se sabe nunca como va a quedar.”
Bajo el consejo de su amigo y psicoanalista Ernest Bernhard, llevaba también un diario ilustrado donde registraba sus sueños en forma de historieta. Las historietas han sido siempre su gran pasión, ya desde chico, en Rímini. Garabateaba caricaturas y retratos que en su adolescencia le dejaron algún dinero y que fueron la simiente de su amor por el cine. Porque esas viñetas pasaron a ser historietas, de las que surgieron guiones que lo llevaron a debutar, por fin, como director en Roma. Pero, como se dice arriba, nunca dejó de dibujar. Ni siquiera mientras hablaba por teléfono y hasta en la servilleta de un restaurante.

Otro de sus gustos obsesivos, del que hay una constante referencia en su cine, era el circo. Esa excitación, esa total devoción a aquellas músicas ensordecedoras, a aquellas amenazas mortales, la experimentó ya la primera vez que entró en una carpa. Aunque todavía no era la hora del espectáculo; era por la mañana temprano y no había nadie. A lo lejos, el relincho de un caballo y la voz de una mujer que cantaba sacudiendo la ropa. Y aquella misma tarde cuando, sobre las rodillas de su padre, entre las luces cegadoras, los rugidos, los gritos, los aplausos, vio la fiesta, se sintió iluminado. Como si de repente hubiera reconocido algo que le pertenecía desde siempre y que era también su futuro. Los extraños payasos, grotescos, en su total irracionalidad, en su violencia, se le revelaron como una profecía: “La anunciación de Federico”.

Fellini nos dejó la obra más personal y soberana de la historia del cine. Su infancia terminó el día que terminó su vida.
Ilustración y texto: Claudio Brutto
Viñetas: Federico Fellini
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